EL HOGAR
Meta mate y tradición, espuelas y taleros, que lo blanco es bien blanco y lo negro, oscuro es. La claridad conceptual se respira en cada tranquera, en cada camino real o de paso que puede llevar a un gran casco de estancia o a una humilde tapera. Paisanos honestos y fuertes siempre de a caballo, con mujeres guapas de cocina a leña, felices de ver a sus hijos madrugar listos para echarle una mano a sus mayores en la digna labor campera. Padres y madres son autoridades bien establecidas, en familias ordenadamente constituidas.
Meta mate y tradición, espuelas y taleros, que lo blanco es bien blanco y lo negro, oscuro es. La claridad conceptual se respira en cada tranquera, en cada camino real o de paso que puede llevar a un gran casco de estancia o a una humilde tapera. Paisanos honestos y fuertes siempre de a caballo, con mujeres guapas de cocina a leña, felices de ver a sus hijos madrugar listos para echarle una mano a sus mayores en la digna labor campera. Padres y madres son autoridades bien establecidas, en familias ordenadamente constituidas.
Sin colesterol ni estrés, nada saben de alergias ni de conflictos existenciales… Todos los males quedan “pialados” en los interminables corrales de la conciencia gaucha.
Los decidores del Sur del Salado tienen las guitarras bien templadas para que de la boca del cantor sólo salgan verdades. Sí señor, estamos en LAS FLORES, tierra amable y por demás argentina, de tradición nacional para lo que sepan mandar. Cuando estalla la jineteada, en todo el palenque agreste, flamea la blanca y celeste. El atardecer llega despacio, al tranquito, con pausas de mil colores en un silencio que sólo el alma comprende.
Mientras las emociones ruedan en el verde horizonte, al fin las estrellas llegan decorando el cielo azul con luz de diamante sagrado, para que los chicos duerman soñando un sueño bueno. Cuentan los abuelos que los ángeles andan al galope, con boinas y rastras de plata, sembrando al boleo bendiciones de malambos y boleadoras; van llegando a los potreros abandonados para hacerlos habitar de nuevo. El que llega a confundirse con la tierra se convierte en hermano de los árboles, se alimenta del suelo que pisa; da gracias por sus manos vacías con callos de sinceridad. Ya estando en nuestro hogar, nada esperamos, todo lo tenemos junto al rey viento que sopla cuentos de extensiones infinitas de sublime libertad.
Máximo Luppino
Máximo Luppino